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Muerte de un brahmin marxista: U.R. Ananthamurthy


Hace pocos días llegó la noticia de la muerte por insuficiencia renal, a sus 81 años, de U.R. Ananthamurthy, cuentista, novelista, crítico literario, ensayista sobre cuestiones sociales y político, nominado al Man Booker Prize International 2013, quien fuera mi profesor cuando cursé estudios de posgrado en Mysore, Karnataka, de 1981-1983 y, en viajes posteriores, uno de mis grandes amigos. Compartí la tristeza de amigos comunes en la India y el desconcierto de tanta gente en ese país que contaba con su presencia carismática y su voz en la lucha siempre más encendida contra las injusticias sociales y los prejuicios encarnados en los gobiernos a todo nivel, además de los abusos del ‘desarrollo’. Sentí una enorme nostalgia de mis contactos con él y con otros escritores indios que tienen las mismas preocupaciones, los mismos valores y tan alta valía.

 Ananthamurthy fue un hombre de contradicciones. Lo percibí primero en el contraste entre el profesor de literatura inglesa, a gusto en el mundo etéreo de los poetas románticos, y el escritor en idioma kannada cuya primera y más conocida novela, Samskara, crea un mundo denso y obsesivo sometido a la tiranía de las castas. Praneshacharya, el protagonista, es un sacerdote brahmin que tiene que resolver un problema absurdo fuera de su contexto pero dentro de él trascendente: la muerte de un brahmin renegado, de vida disoluta, a quien nadie quiere enterrar. Como brahmin puede ser sepultado sólo por alguien de su misma casta, pero nadie, incluyendo el mismo Praneshacharya, está dispuesto a hacerlo debido a la transgresión a la religión que representaría cumplir los ritos para un traidor a sus leyes y la contaminación (en el sentido religioso) que le ocasionaría a quien se atreviera a hacerlo. Mientras el cuerpo se descompone y la peste hace estragos en el pueblo, Praneshacharya se desorienta hasta el extremo de encontrarse copulando con Chari, la amante intocable del muerto. De ese estado de alteración no se sabe si habrá retorno.

Ananthamurthy fue él mismo brahmin, y se percibe en la novela una rebelión personal contra las restricciones de esa casta, además de compasión por su protagonista, destrozado por los conflictos entre el deber y las frustraciones de su vida. Más sencilla y directa es la compasión airada que muestra hacia las víctimas de los abusos y prejuicios de los mismos brahmins —una conciencia de la injusticia de la sociedad que fue lo que dio impulso y estructura a la vida del escritor.

Sin embargo nunca negó lo que había de profundo en su tradición de casta y se esforzaba por sintetizar los varios aspectos del mundo de sus ideas. Cuando le preguntó un entrevistador en 2012, “de qué manera le importó con el tiempo el haber sido criado en una casa Madhva”,
Ananthamurthy contestó: “importó mucho. Cuando discuto filosóficamente el marxismo, no puedo evitar recordar nuestras discusiones sobre si el mundo era real o maya (ilusión). Para Shankara (el fundador de otra escuela filosófica brahmínica), el mundo era maya. Pero para el Madhva, era Satyam Jagat. Lo aprendí de memoria. Satyam Jagat significaba que el mundo era real. Me atrajo el marxismo porque creía que el mundo era real. Había ciertas cosas que escuchaba en la infancia que siempre podían ser conectadas con algún pensamiento más sofisticado”.

Es evidente, sin embargo, que lo que tienen en común en la práctica el marxismo y la filosofía social de los brahmins es muy poco. Sería difícil encontrar en el mundo un pensamiento menos igualitario y más arraigado en convenciones estrictas milenarias. Su origen en esa casta privilegiada le dio a
Ananthamurthy la posibilidad de una perspectiva que entiende cómo todos los hindúes, incluyendo los más favorecidos, son de alguna manera víctimas de tradiciones estancadas. Al mismo tiempo que asumía las causas de los dalits y otros marginados, compadecía las luchas por su identidad de jóvenes brahmins conscientes del peso de su herencia.

Aparte de su carrera académica (fue dos veces rector de universidades en el sur de la India) y el haber representado a organizaciones de escritores, Ananthamurthy tuvo injerencia en contextos de la política del país a través de sus escritos, de posiciones controversiales asumidas públicamente, y hasta de postulaciones fallidas al parlamento central o estadal. Cuando fue candidato en la elección de 2004 al Lok Sabha, declaró que su objetivo ideológico principal era el de oponerse al BJP, el ‘Partido Popular de la India’, defensor del nacionalismo hindú y no ajeno a sus extremos de prejuicio y violencia. Antes de las elecciones de 2014 que llevaron al poder a su líder, Narendra Modi, Ananthamurthy afirmó que no estaría dispuesto a seguir viviendo en la India gobernada por aquel responsable de masacres de musulmanes.

 A este punto introduzco la voz de otro de mis amigos escritores del sur de la India, Devanur Mahadeva, de nacimiento dalit (que es cómo se autodenominan hoy en día los ‘intocables’ de antes). En una súplica apasionada, publicada en kannada y en inglés, en la que reclama que no voten por Modi, a quien llama psicópata, detallando la corrupción y las injusticias de su gobierno en el estado de Gujarat, se pregunta: “Qué sucede si un partido político nacional encuentra su fuerza sembrando semillas de duda y odio en los corazones y las mentes de la sociedad? Es lo que presenciamos hoy...... ¿Si la ilusión y el mito también le agregan características a un dictador, a dónde llevará ello? Si un gobernante como éste llega al poder, pondrá platos vacíos delante del pueblo y dirá al mundo entero que el pueblo consume comida de lujo. El BJP era antes un partido exclusivo de una banda; ahora está a punto de entregar el país a un dictador... Eso ha debido ser reseñado primero por los medios. En cambio, en un estado despótico los medios se convierten en la primera víctima, y eso han debido entenderlo hace tiempo...”

Devanur Mahadeva es un soñador, un hombre de una sinceridad conmovedora, inamovible en lo que se trata de sus principios. Inicialmente no le interesaba ocuparse de política; su genio como escritor era ajeno a discusiones teóricas y movimientos de rebeldía. Retrataba en cuentos el ambiente de los más pobres y desaventajados con compasión y humor y en una novela, Kusumabale, creó un mundo fantástico y poético donde la tragedia y la opresión conviven casi tranquilamente con las ilusiones y una cama cuenta partes de la historia. Sin embargo, a medida que se hacía famoso, aumentaban las presiones para que Mahadeva se hiciera portavoz y líder de su comunidad, los dalits, y paulatinamente fue cediendo a lo que consideraba como su deber. Ello ha significado el sacrificio de su talento de escritor, pues él, como me explicó una vez, nunca planeaba lo que iba a escribir ni era capaz de trabajar de manera disciplinada en los escritos. Necesitaba tener no sólo tiempo libre sino la mente completamente despejada para que la obra pudiera salir ya completamente estructurada y con detalles del fondo de su ser. Eso no ha sucedido más.

Mahadeva terminó creando un partido político para la defensa de los derechos de los marginados y para la protección del ambiente. Es un partido que tiene un papel sólo a nivel local, en el estado Karnataka, y que aun en colaboración con el partido de los agricultores logra un muy pequeño porcentaje del voto. Para él es importante que exista y se mantenga como voz de una conciencia opuesta a las mayoritarias.

Nuestro literato dalit siente solidaridad con todos los discriminados y presta su apoyo y prestigio a sus causas, incluyendo la de las mujeres. Se casó con una mujer embarazada cuyo marido había muerto en un accidente de tránsito, salvándola de una vida solitaria, marginada por la desgracia que le había tocado. (U.R. Ananthamurthy se casó con una cristiana, afirmando de este modo y aparte los sentimientos, su oposición a los prejuicios de casta y religión.) En mi último viaje a la India me dediqué a traducir poemas de mujeres del sur, y Mahadeva, aunque estaba en campaña política, encontró el tiempo para ayudarme a contactar algunas de las poetas, que él había alentado en su trabajo y ayudado con sus publicaciones. La situación lamentable de la mujer en la India es tema del día y no voy a extenderme aquí sobre sus facetas; sólo voy a constatar que las mujeres poetas en idioma kannada resultaban ser mucho menos visibles en general que los hombres, aunque algunas tienen una obra bastante superior.

En la mayoría de los casos la dimensión política de los poemas de mujeres se desprende de las situaciones personales y las emociones que expresan, pero a veces se manifiesta más directamente, como en este poema de Sukirtharani, escritora dalit (al contrario de las castas altas, los dalits no son vegetarianos) en idioma tamil:

Un leve olor a carne
En sus mentes,
yo que huelo levemente a carne
 mi casa donde cuelgan huesos
completamente despojados de músculo
y mi calle
donde merodean jóvenes sin restricciones
 haciendo música estridente
en conchas de coco y cuerdas de piel,
nos encontramos todos en el límite último de nuestro pueblo.
Yo les aseguro:
nosotros estamos en primera fila.


Otro amigo escritor dalit que estoy recordando es Mudnakudu Chinnaswamy, quien posee una fama considerable entre los lectores de kannada por sus poemas vehementes, a veces hasta crudos, sobre las condiciones miserables de la vida de los dalits pobres. (Una selección de sus poemas traducidos por mí salió en la serie Poesía del Mundo del entonces CONAC en 2005.) Chinnaswamy ha tenido además una carrera exitosa como burócrata en la división de transporte del estado Karnataka. A pesar de sus superaciones personales, no ha dejado de escribir y dictar conferencias en muchos contextos sobre los abusos a los cuales siguen sometidos sus compañeros de casta. Se ha convertido al budismo, decisión que para muchos dalits ha representado la salida de su situación de discriminados y despreciados (no pueden entrar en la mayoría de los templos) en el seno del hinduismo; para Chinnaswamy ha significado también encontrar una fe sincera y profunda.

Tanto Chinnaswamy como Mahadeva han contado con el apoyo de Ananthamurthy en su trabajo y en sus luchas. Una vez acompañé a Chinnaswamy en una visita a Ananthamurthy y pude apreciar la amistad que existía entre los dos, al igual que el enorme respeto, casi adoración que sentía Chinnaswamy por el escritor mayor. Ananthamurthy se sabía adulado por muchísima gente y no lo rechazaba, pero en privado no era orgulloso sino gentil y afectuoso; su presencia era liviana, tenía ángel. La última vez que le visité, a finales de 2012, pudimos conversar entre sesiones de diálisis que le hacían en su propia casa y aunque su fragilidad era evidente no había perdido nada del encanto ni de la claridad y el vigor mental que siempre lo caracterizaron.

Una amiga me describió en un correo el ritual con que el gobierno estatal despidió al héroe popular: según ella la pira se habría construido con 75 toneladas de madera humedecida con ghee (sé que parece una exageración) y habrían sido sesenta sacerdotes brahmins quienes le habrían prendido fuego y recitado los mantras para los difuntos. Ella cuenta que la crepitación de las llamas fue su último aplauso apoteósico.

Como ninguna fase de la vida de Ananthamurthy podía pasar sin controversia, tanta fanfarria brahmínica suscitó en muchos lados severas críticas, tratándose sobre todo de un hombre que se opuso siempre a las manifestaciones superficiales y excluyentes de la religión.

 Otra reacción a su muerte fue más maligna. Ananthamurty se había retractado de su afirmación que dejaría el país si Modi fuera elegido Primer Ministro, diciendo que había sido un momento de excesiva emoción. Sin embargo algunos seguidores del BJP ya victorioso empezaron a amenazarlo —le ofrecieron un boleto para Pakistán— y el gobierno tuvo que darle protección policial. Algunos celebraron en las calles su desaparición.
Rowena Hill
- Fecha de publicación: 27 Nov 2014
- Publicado por: CEAA

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