El pasado mes de agosto del año en curso, la nación asiática del archipiélago japonés, ubicada en el extremo septentrional del Océano Pacífico, ha conmemorado dos fechas claves tanto a nivel nacional como en el contexto internacional. En primer lugar, la conmemoración el pasado 6 y 9 de agosto de los lanzamientos de las bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Este primer acontecimiento en el escenario nacional nipón, estuvo marcado por la simbólica visita del presidente de Estados Unidos, Barak Obama, al Memorial y Museo de la Paz de Hiroshima;y el mensaje enviado especialmente por los dos alcaldes de las ciudades anteriormente mencionadas. El lugar común de los discursos mencionados es una realidad no solamente aspirada por Japón sino en el resto del mundo, y adicionalmente nos referimos a las siguientes premisas que son objeto del debate:

•Una amplia voluntad de acción por parte de Japón en llamar la atención fuertemente en la necesidad de iniciar las negociaciones en las Naciones Unidas para el desarme nuclear.

•Ausencia de voluntad política internacional en echar las bases jurídicas que fomente un cese de la proliferación de armamento nuclear.

•Intensa demagogia por parte de los principales países desarrollados y de economías emergidas en establecer mecanismos que desmantelen realmente la sobreproducción de armas atómicas.

•Mantener el rol policial y sancionador en la producción de nuevas bombas atómicas sin materialización de soluciones que eliminen a las mismas. Todo lo contrario, cada año es mayor el número de bombas atómicas que nos conducen a la amenaza de la destrucción total de la existencia humana y del planeta.

El segundo acontecimiento, el 71° aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, tres millones de muertos ha sido el costo social de esta etapa de la historia mundial que llevó el conflicto bélico a un máximo delirio destructivo por parte de los involucrados en esta guerra. El Gobierno japonés seleccionó la ciudad de Tokio para la ceremonia conmemorativa, donde asistieron unas 6.000 personas, incluyendo los familiares de las víctimas. Las oraciones y plegarias se elevaron al cielo y los vientos nipones lo llevaron al mundo.

Vale tener muy en cuenta en esta ocasión las palabras expresadas por el primer ministro Shinzo Abe, al referirse: “el pueblo japonés nunca olvidará que la paz y la prosperidad de hoy en día se construyeron sobre los sacrificios de los caídos”. En esta perspectiva el gobernante se comprometió a afrontar humildemente la historia, contribuir a la paz y la prosperidad globales y luchar por conseguir una sociedad que enriquezca las vidas de todos.

Similarmente, el emperador del Japón expresó quizás su último mensaje como monarca japonés: “un profundo arrepentimiento por la guerra y espera que la devastación de esta no se repita nunca más”. Ofreció condolencias por los que murieron en la guerra y elevó una plegaria por la paz mundial y el progreso del país.

Un dato a considerar en el evento de la capital japonesa, mencionado por NHK World: casi el 80 % de los familiares de los muertos en la guerra que asistieron al acto tienen más de 71 años, ello indica que la sociedad japonesa no solo envejece, sino que asume el futuro con dignidad en sus instituciones a siete décadas del fin de la guerra, afrontando así los nuevos retos que hay de inmediato en su geografía y devenir internacional.

Un minuto de silencio se guardó en cada evento por las memorias de las víctimas.
La vida de los sobrevivientes de estos acontecimientos continúa, las nuevas generaciones debaten y observan su devenir lleno de pesimismo. Se afrontan nuevos expansionismos que avizoran choques entre Estados. Esperemos que la razón de la vida se imponga y no la experiencia del pasado de millones de muertos.