En el escenario actual de la política india, hay un nuevo actor en el estado de Uttar Pradesh, la entidad regional de mayor población y ascendencia sobre la política nacional, nos referimos al monje hindú, el Yogi Adityanath y su reciente posesión del cargo como jefe del Gobierno.

Los antecedentes políticos de Adityanath, los ubicamos en tres contextos: En primer lugar, se remiten a la elección en cinco ocasiones consecutivas como parlamentario por la región de Gorakhpur y su última elección aconteció en el año 2014.  Es fundador de la organización radical Hindú Yuva Vahini (una de las principales organizaciones opositoras al Partido del Congreso y la línea dura del Hindutva en el BJP). Cuenta con el apoyo decidido por parte del partido de gobierno Bharatiya Janata y del primer Ministro Narendra Modi. En segundo lugar, su postura política religiosa ha sido prácticamente intransigente, al incursionar con planteamientos en el año 2015, tales como: a) en las mezquitas o cualquier lugar de culto musulmán deben incluirse deidades hindúes; b) preocupación de su parte por los matrimonios entre jóvenes hindúes y musulmanes; c) sugirió imitar la medida administrativa del presidente norteamericano Donald Trump de prohibir la entrada en Estados Unidos a las personas procedentes de seis países musulmanes. Y en tercer lugar, la oficialización de tales criterios a nivel regional y posicionarla a nivel nacional, representando una franca violación al secularismo que el propio Estado indio aprobó en su Carta Magna desde la independencia en 1947.

La India del siglo XXI no puede naufragar entre radicalismos, fanatismos religiosos asociados a las políticas de regionalismos tóxicos que generen exclusión a los ciudadanos indios, por ser simplemente de la religión musulmana. Sería un grave error,  olvidar los hechos acaecidos en el siglo XX en el marco de los sangrientos motines entre hindúes y musulmanes.  De igual forma, olvidar intencionalmente los ayunos y sacrificios de Mahatma Gandhi (septiembre, 1947) para detener las masacres y guerra civil en la India de ese entonces.

Todo radicalismo, es racismo consumado, es exclusión y niega la propia democracia de la India. Representar una religión no puede basarse en la violencia  y ausencia de la verdad,  por eso nos preguntamos: ¿hacia dónde va la India con este tipo de líderes?