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Nuevo presidente en Sudáfrica

Con la elección de Nelson Mandela como el primer presidente africano en 1994 se inició un proceso de transición en Sudáfrica, hasta ese momento sumida en una fragmentación existencial y material bajo el esquema del apartheid. En adelante, se echaban las bases de una nueva institucionalidad de cara a la configuración de un modelo de nación donde las heridas que había dejado el destino separado fueran parte del pasado y se integraran a la memoria colectiva en una sociedad que empezaba a reconocerse sin distinguir entre vencedores y vencidos. Así, el ordenamiento del nuevo país quedó consagrado en la constitución nacional sancionada en 1996, siendo el principio democrático el vértice del nuevo Estado.

El delirio democrático que vivió Sudáfrica luego de la desarticulación del aparato legal que sostuvo al sistema racial pronto entraría en una fase de estancamiento, que se hizo patente con la retirada de Madiba. El encargado de continuar con la redefinición institucional hacia la consolidación de una sociedad no racista fue Thabo Mbeki (1999-2009). Tan pronto como asumió el poder, las críticas y contradicciones, así como las divergencias en el seno del partido de gobierno (Congreso Nacional Africano) no se hicieron esperar, siendo la más significativa los señalamientos de Mbeki hacia el que fuera el entonces "prometedor líder" Jacob Zuma (vicepresidente), ordenando un procedimiento judicial por cargos de corrupción. Este hecho fue tomado por la dirigencia del CNA como un acto de conspiración política, obligando a la salida del entonces mandatario.

La anterior jugada llevó insólitamente a la primera magistratura al señalado Zuma (2009-2017). Si algo quedó claro desde el principio y aún luego del ascenso como presidente, fueron los cuestionamientos sobre su proceder, tanto al interior de su vida personal, como en la esfera pública: acusado de violación y por cargos de corrupción (más de 800 causas judiciales). De esta forma, el historial que caracterizó la administración del tercer presidente en la Sudáfrica democrática fueron las reiteradas acusaciones por malversación de fondos y con interminables mociones de censura. Todo ello fueron catalizadores que conllevó al Comité Ejecutivo Nacional del CNA a deliberar, dando como resultado la solicitud de su destitución, concretada en su dimisión.

El sucesor de Zuma fue hasta ese momento el vicepresidente del CNA Cyril Ramaphosa, quien obtuvo en el congreso del partido 2.440 votos frente a Nkosazana Dlamini-Zuma (ex esposa de Zuma) que logró 2.231. El ahora presidente de la república y del histórico partido CNA es el encargado de canalizar la fuerzas centrifugas y limpiar la imagen de una organización marcada por los casos de corrupción de quien la había dirigido. El nuevo mandatario es consciente de la encrucijada en la que se encuentra el país y la turbia escena nacional, marcada por contradicciones a lo interno del propio partido de gobierno.

Las expectativas de que es objeto el nuevo gobernante son de diversa naturaleza. En primer lugar, es percibido como un símbolo del capitalismo sudafricano, dada la procedencia de Ramaphosa. Ello implica que este país del Africa meridional fortalecerá su posición internacional para seguir siendo desde el continente africano el de mayores perspectivas de crecimiento económico, aunque en los últimos años las cifras no han sido alentadoras, debido a la caída de los precios de las materias primas y débil demanda global. Al respecto, el Fondo Monetario Internacional en los últimos dos años ha recortado la previsión de crecimiento, al respecto el organismo ha señalado: que las perspectivas para Sudáfrica no son muy halagüeñas, cuyo crecimiento se mantendrían por debajo de 1% en 2018-2019 debido al efecto negativo de la incertidumbre política en la confianza y la inversión (FMI, 2018). En segundo lugar, la credibilidad del presidente se encuentra por señalamientos que lo vinculan a la masacre de Marikana (localidad de la Provincia del Noreste (Rusterburg) en el 2012 que dejó 34 muertos y 250 heridos (la mayor en Sudáfrica bajo el formato democrático).

En definitiva, atraviesa una severa crisis en sus diversos frentes, en especial el político. Las contradicciones y divergencias que se vienen dando en los últimos años por asumir el liderazgo del partido es la más visible. Por otro lado, el rol que le corresponde jugar al Estado y el propio CNA como partido hegemónico no está totalmente definido, todo lo cual puede derivar en una institucionalidad instrumentalizada que pudiera poner en riesgo el camino labrado por el pueblo sudafricano en los últimos años.

Esperemos que el nuevo Presidente de Sudáfrica, anterior ex sindicalista de las principales organizaciones de trabajadores de su país y ahora empresario multimillonario no olvide atacar las dos situaciones neurálgicas de la Sudáfrica de hoy: enfrentar la corrupción y generar ejemplos. Similarmente, no olvide que hay miles de sudafricanos luchadores por la libertad que se encuentran a dos metros bajo tierra.

El poder podría ser tóxico en la medida que no haya memoria ni conciencia histórica de lo que significó luchar contra el apartheid. Lo contrario implica, que estaríamos en presencia de otro presidente africano interesado en aumentar los dígitos de su cuenta bancaria personal junto a socios claves como banqueros y empresarios sin importar el pueblo.

A dos décadas de la democracia multirracial, los signos de deterioro son alarmantes.

Nuestra esperanza para el futuro depende también de nuestra resolución como nación para lidiar con el azote de la corrupción. El éxito exigirá que aceptemos que, en muchos aspectos, somos una sociedad enferma.
Nelson Mandela. Discurso del estado de la Nación. Parlamento, Ciudad del Cabo. Sudáfrica, 5 de febrero 1999.
- Fecha de publicación: 13 Mar 2018
- Publicado por: CEAA

Centro de Estudios de África, Asia y Diásporas Latinoamericanas y Caribeñas "José Manuel Briceño Monzillo"
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