
El yihadista "Estado Islámico" de Iraq y el Levante (EII), conocido también como ISIS, cuyo espacio operativo es el norte de Iraq y Siria, en los últimos meses ha captado la atención de la comunidad internacional y especialmente de Estados Unidos y sus aliados en Europa occidental. Las preocupaciones sobre el impacto que ha generado este grupo terrorista va más allá de lo mediático, llegando a perpetrar asesinatos en masas en sus espacios operativos, así como persecución a todo aquel que adverse la posición política-religiosa que busca materializarse a través del establecimiento de un Estado que pretende ser edificado teniendo como referente los fundamentos del Islam.
Esto ha significado que los golpes generados por esta secta extremista sobrepasen el marco geográfico que ésta mantiene bajo su poder con el fin de participar en una cruzada que pone en vilo a las agencias de seguridad de las principales potencias mundiales, por cuanto le han declarado una guerra sin tregua que pretende reducirla a su mínima expresión.
A principios de marzo del presente año, los insurgentes avanzaron significativamente en la conquista de nuevos territorios, lo que dejó como secuela la toma de la ciudad de Mosul, en el norte de Irak. La penetración en esta zona constituye un hecho trascendente por cuanto es la segunda ciudad en importancia después de Bagdad con 1 millón de habitantes, en lo que se cree, al mismo tiempo, sería vital para lograr el dominio de una parte del territorio norte de Siria. De este modo, como respuesta, la ofensiva militar no se ha hecho esperar, especialmente por parte de los EE.UU, donde participa de forma directa además de proporcionar entrenamiento a 10.000 soldados de las fuerzas militares iraquíes, al igual que a los combatientes peshmerga kurdos, al tiempo que suministra apoyo a miembros de las milicias chiitas presentes en ese país. La finalidad de tales arremetidas se centra, básicamente, en recuperar los territorios ocupados por ISIS en los últimos meses y evitar que siga avanzando.
Ante las persecuciones y relativos cercamientos que están padeciendo por parte de la coalición, a finales de junio del año en curso la secta terrorista llevó a cabo una serie de atentados que afectó a tres Estados de distintos continentes de forma simultánea, los blancos fueron escrupulosamente seleccionados: Francia, Kuwait y Túnez. Este hecho trajo como resultado la muerte de 65 personas, lo que evidencia la capacidad operativa de ISIS para atacar diversos frentes. Las alarmas se encendieron en suelo galo cuando un hombre vinculado a los movimientos salafistas degolló a su jefe e hirió a dos personas en Isère, cerca de Lyon. De igual forma, en Kuwait un suicida se detonó en la mezquita Al Sadeq donde se encontraban fieles chiíes, con un saldo de 24 víctimas. Estos hechos forman parte de una serie de embestidas que la milicia ha emprendido contra varios países del Golfo. En Túnez, los radicales atacaron dos hoteles de la ciudad turística de Susa, asesinando al menos a 37 personas (entre ellos británicos, belgas y alemanes). La ola de terror que sacudió a este país norafricano se produce tres meses después que varios yihadistas asesinaran a 22 turistas en el museo El Bardo, en la capital tunecina.
La forma como se llevaron a cabo los atentados, deja ver la minuciosa planificación antes de ser ejecutados. Las razones que han motivado ataques en suelo francés, por ejemplo, obedecen a que este país se ha comprometido con la erradicación de la amenaza terrorista a escala global, para lo cual participa en tres frentes: Malí, República Centroafricana e Iraq. Ello ha significado que la contraofensiva yihadista lo incluya como objetivo de importancia, siendo éste el tercer atentado luego del que fuera perpetrado a Charlie Hebdo y a un hipermercado judío a inicios del presente año, sembrando terror en las calles de París. En tanto que en Kuwait, el objetivo del ataque iba dirigido a fieles chiíes. Del mismo modo, el argumento esgrimido por los fundamentalistas ante los hechos en Túnez, fue producto de la transición "democrática" que vive el país post-primavera árabe, lo que ha significado, según los extremistas, un alejamiento de los postulados radicales del Islam, vistos desde esta perspectiva como "enemigos" del "Estado Islámico".
En definitiva, el mundo árabe-musulmán en la hora presente está viviendo momentos de aceleradas convulsiones que en buena medida están condicionando la política internacional. Ante tal situación es necesario destacar tres aspectos que se desprenden de tales realidades:
1) El progresivo avance de estas sectas radicales deja al descubierto las debilidades de los Estados donde operan estos grupos insurgentes. Ello resulta de suma importancia por cuanto se está al borde del colapso institucional como marco jurídico que los avala en el ámbito internacional, dando la impresión de un abierto vacío de poder por la poca capacidad de reacción que se tiene ante tal realidad.
2) La constante violación de los derechos humanos no deja de captar la atención de organismos internacionales y ONG, traducido en asesinatos en masas y desplazados internos, alterando el ritmo de vida de las sociedades que padecen el fenómeno.
3) El tema de la seguridad en los países que han decidido entablar una lucha sin cuartel a los patrocinadores e impulsores del terrorismo.
Esto ha significado, que los sistemas de vigilancia se vean estrictamente reforzados por temor a represalias como ha sucedió en Francia. Así, esta zona geopolíticamente inestable seguirá siendo noticia por cuanto su dinámica sociopolítica entraña enormes complejidades cuyas repercusiones son de carácter global.
El actual verano en la región será de máxima alerta ante la presencia, penetración y organización de tales grupos radicalizados.